El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince

Obra magistral de Héctor Abad Faciolince en el que hace un bello y merecido homenaje a su padre, quien tanto luchó por las causas sociales, y en específico, de salud, en Colombia. A través del recuento de los días de Héctor Abad con su padre, al que tanto amó, fue su amigo y su padre, entendemos la persona que habitaba dentro de aquel hombre que fue perseguido, acusado, y al final, asesinado, por velar siempre los derechos de los desfavorecidos. En una prosa tierna y nostálgica, vemos la infancia de Héctor, su educación fuera de las escuelas y a costa del padre; el amor que le profesó a su héroe y viceversa, y la confianza que en él instaló; las lecciones de vida aprendidas en situaciones mundanas, la relación familiar en medio de tantas mujeres, su madre y hermanas; la muerte de su hermana. Con este libro vemos el rostro del padre, que como dicen, allí vemos el rostro nuestro. Gozamos, reímos, pero más que nada, nos conmovemos y lloramos. Dolemos junto con Faciolince, e instalamos la imagen de Héctor Abad Gómez en nuestra memoria y corazones, haciendo justicia y ayudando a cumplir la promesa de su hijo al querer extender un poco más de tiempo el recuerdo de su padre, porque al final, todos seremos olvido, pero mientras tanto, que dure lo que más se pueda.

Víctor Daniel López
< VDL >

Reseña de la película “El olvido que seremos” de Fernando Trueba

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá quién fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

“Sonetos inéditos–III”, Jorge Luis Borges

La historia de Héctor Abad Gómez capturada en una bella y nostálgica fotografía. Impresiones de la infancia, recuerdos de un padre y el cariño incondicional hacia la familia y la patria. Los años ochenta y noventa de Medellín. La época de la violencia en Colombia. Héctor Abad, que además de padre de familia fue médico y activista, lucha siempre por la exigencia de un sistema médico, ya no digamos mejor, sino digno; proclamación de un grito que va en contra de los que van empujando al país hacia un deshuesadero, una demanda total por los derechos humanos merecidos. Esta es una cinta que se presentó recientemente en el Festival de Cannes de 2020 y que mereció el reconocimiento al mejor filme del Festival CineHorizontes en Marsella y que obtuvo un premio Goya en la categoría de mejor película iberoamericana en marzo de este año.

Basada en la novela homónima, escrita por el mismo hijo de Héctor Abad Gómez, Héctor Abad Faciolinc, la historia se centra en los hechos políticos y sociales que circundaron Colombia en un tiempo en el que se vivía de censura, corrupción y abuso de autoridad, luchando así Héctor por intentar cambiar las normas, velando por los niños que morían de hambre, las comunidades que carecían de un sistema digno de salud pública y las pésimas condiciones hospitalarias que padecían incluso ciudades grandes como Medellín. Siempre exigiendo, alzando la voz Héctor, arriesgando su vida en tiempos donde mandaban asesinar a todo aquel que consideraban ser un peligro para el gobierno, terminando siendo así uno de los mayores enemigos a quien habrían de tener en la mira, que por ser comunista, que por alentar a los jóvenes rebeldes a pensar con libertad, instaurar ese deseo de exigir, pedir lo menos a lo que deberían tener derecho. Pero lo más conmovedor aún de esta historia se centra en el gran afecto que el médico le profesó a su hijo, y es que la obra narrativa termina resultando ser eso: una carta de gratitud y de amor hacia su padre. Aquel que siempre veló por su familia, que educó a Héctor, su hijo, de una forma que el sistema jamás hubiera conseguido. Enseñarle el mundo tal cual era, la realidad que vivía Colombia en aquellos años pesados, pero que también se podía endulzar en cualquier momento la vida con arte: el cine de “Muerte en Venecia”, la música a la guitarra de la hermana que interpretaba canciones del rock de los setentas y que habría de morir joven, la poesía de Neruda y de Borges.

La película, dirigida por Fernando Trueba, vuelve otra vez a sorprendernos por un estilo centrado en la hermosa estética, un guion que en todo momento no deja de serle fiel a la novela, la fotografía nostálgica que nos lleva al recuerdo y entonces sentimos con añoranza los días de infancia de Héctor pequeño, la inocencia a través de sus ojos y el escudo de amor de su padre, su familia, las hermanas, él siendo el único varón infante y el más pequeño. La música que encaja perfecto con cada escena y la acción y el drama, hasta desbordarnos y rompernos como lo hiciera el hijo que tanto idolatró al padre. La actuación estelar de Javier Cámara que acapara toda la pantalla, y todos los actores que dejan de ser ellos para retratar una historia del país que les pertenece a todos y que, gracias a Héctor Abad Gómez, pueden contar tanto sus cosas feas como también las bellas. Porque al final, y eso es un hecho… lo único por lo que luchamos es la justicia, y lo único que perseguimos: la belleza.

Víctor Daniel López
< VDL >

Si alguna vez vivo otra vez
será de la misma manera
porque se puede repetir   
mi nacimiento equivocado
y salir con otra corteza
cantando la misma tonada.

Y por eso, por si sucede,
si por un destino hindostánico
me veo obligado a nacer,
no quiero ser un elefante,
ni un camello desvencijado,
sino un modesto langostino,
una gota roja del mar.

Quiero hacer en el agua amarga
Ias mismas equivocaciones:
ser sacudido por la ola
como ya lo fui por el tiempo
y ser devorado por fin
por dentaduras del abismo,
así como fue mi experiencia
de negros dientes literarios.

Pasear con antenas de cobre
en las antárticas arenas   
del litoral que amé y viví,
deslizar un escalofrío
entre las algas asustadas,
sobrevivir bajo los peces
escondiendo el caparazón
de mi complicada estructura,
así es como sobreviví
a las tristezas de la tierra.

“Resurrecciones”, Pablo Neruda